De la mano de:
Autor: Jonathan Swift
Editorial: Salvat y Alianza
Año de publicación: 1969
Páginas: 189
ISBN:
Precio: 0,50 € (Comprado en un mercadillo de segunda mano)
"Si bien asociada tradicionalmente al ámbito de la literatura juvenil por su tono y su esquema narrativo, propio de los libros de viajes salpicados de aventuras, Los viajes de Gulliver es también una pieza maestra de la literatura satírica que conoció su edad de oro a fines del siglo XVII y gran parte del siglo XVIII. La obra abandona desde las primeras páginas las exigencias estrictas de realismo, para convertirse en una narración fantástica en la que el autor se centra primero en la sátira política, para embarcarse posteriormente en una amarga meditación sobre la indignidad de la especie humana."
OPINIÓN PERSONAL
Normalmente me gusta leer "clásicos", si es que se puede llamar así a alguna novela, aunque por lo general me suelo ceñir al siglo XIX, ya que me suscita mucho más interés. Esta vez he intentado traspasar las fronteras y pasarme al siglo XVIII, y no quiero decir que haya sido una mala experiencia del todo, pero he comprendido porque suelo limitar mis lecturas a este filtro cronológico.
Por un motivo o por otro creo que no queda nadie en este planeta (o casi) que no haya oído hablar de los famosos viajes de Lemuel Gulliver, o al menos de Liliput, ese simpático rinconcito del planeta donde los habitantes, aunque bastante belicosos, tienen un tamaño tan diminuto que es casi imposible pensar en ellos sin que resulte entretenido. Evidentemente, a ellos les siguen los habitantes de Brobdingnag, donde Lemuel quedaría a la altura de un liliputiense en la palma de sus manos. Y a partir de aquí es donde me surge a mí la curiosidad por el resto de sus viajes. Evidentemente, si tanto hemos oído hablar de estos personajes es porque se comen la mitad de este diario de viajes y, sinceramente, no me parece para tanto.
Por supuesto, en la segunda mitad de estas escrituras encontraremos a otros como los habitantes de Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib o el exótico Japón (sí, leéis bien), al que apenas se le dedica una página, imagino que por ser, dentro de lo que vemos en el resto de capítulos, el menos exótico de todos. El libro termina con una visita a Houyhnhnms, lugar del cual no hablaré porque, aun entendiendo que se trata de algo puramente alegórico, pero con un punto tan absurdo en comparación con el resto de lugares que me enervó demasiado. Como podéis ver, a más impronunciable, más atractivo el viaje.
La verdad es que viendo el libro con una perspectiva algo más abierta que tratándolo como una novela fantástica o un diario de viajes inverosímiles es bastante entretenido si se para uno a observar los detalles. El gran fallo es que los detalles que ve Jonathan Swift en los viajes de este personaje son demasiados, y describe de manera exagerada cada una de las habitaciones por donde pasa, cada uno de los atuendos de los personajes, de los platos que comen, de sus palabras... Y entiendo, porque de verdad lo hago, que es algo necesario, ya que son países o tierras muy lejanas, exóticas, casi oníricas, pero con una descripción tan profusa que puedes estar durante varias páginas sin apenas haber avanzado un paso del protagonista. Sí que tengo que admitir que me parece interesante el trato que tienen los pueblos con este extranjero, cómo ve sus costumbres, su gastronomía, su idioma o su concepción de lo divertido o de lo indecoroso, pero creo que tal lujo de detalles hace que, en ocasiones, sea algo ilegible que, además, convierte al personaje en incoherente consigo mismo, hablando tan pronto de lo mucho que quiere volver a casa y, cuando por fin lo consigue, no tarda demasiado en volverse a lanzar a la mar, haciendo que sus idas y venidas sean tan repentinas que apenas da tiempo a asimilar lo que uno está leyendo.
Imagino que todo esto tendrá algo que ver con la edición y la traducción, que en el año '69 supongo que todavía debería mejorar algunos matices, y quiero pensar así porque ya me sucedió mientras leía Frankenstein, pensando que lo aborrecería y convirtiéndose para mí en la novela del romanticismo por excelencia. En parte estoy pensando en hacerme con alguna otra edición más actual, pero a día de hoy me ha dejado un curioso pero algo amargo sabor de boca.
Por un motivo o por otro creo que no queda nadie en este planeta (o casi) que no haya oído hablar de los famosos viajes de Lemuel Gulliver, o al menos de Liliput, ese simpático rinconcito del planeta donde los habitantes, aunque bastante belicosos, tienen un tamaño tan diminuto que es casi imposible pensar en ellos sin que resulte entretenido. Evidentemente, a ellos les siguen los habitantes de Brobdingnag, donde Lemuel quedaría a la altura de un liliputiense en la palma de sus manos. Y a partir de aquí es donde me surge a mí la curiosidad por el resto de sus viajes. Evidentemente, si tanto hemos oído hablar de estos personajes es porque se comen la mitad de este diario de viajes y, sinceramente, no me parece para tanto.
Por supuesto, en la segunda mitad de estas escrituras encontraremos a otros como los habitantes de Laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib o el exótico Japón (sí, leéis bien), al que apenas se le dedica una página, imagino que por ser, dentro de lo que vemos en el resto de capítulos, el menos exótico de todos. El libro termina con una visita a Houyhnhnms, lugar del cual no hablaré porque, aun entendiendo que se trata de algo puramente alegórico, pero con un punto tan absurdo en comparación con el resto de lugares que me enervó demasiado. Como podéis ver, a más impronunciable, más atractivo el viaje.
La verdad es que viendo el libro con una perspectiva algo más abierta que tratándolo como una novela fantástica o un diario de viajes inverosímiles es bastante entretenido si se para uno a observar los detalles. El gran fallo es que los detalles que ve Jonathan Swift en los viajes de este personaje son demasiados, y describe de manera exagerada cada una de las habitaciones por donde pasa, cada uno de los atuendos de los personajes, de los platos que comen, de sus palabras... Y entiendo, porque de verdad lo hago, que es algo necesario, ya que son países o tierras muy lejanas, exóticas, casi oníricas, pero con una descripción tan profusa que puedes estar durante varias páginas sin apenas haber avanzado un paso del protagonista. Sí que tengo que admitir que me parece interesante el trato que tienen los pueblos con este extranjero, cómo ve sus costumbres, su gastronomía, su idioma o su concepción de lo divertido o de lo indecoroso, pero creo que tal lujo de detalles hace que, en ocasiones, sea algo ilegible que, además, convierte al personaje en incoherente consigo mismo, hablando tan pronto de lo mucho que quiere volver a casa y, cuando por fin lo consigue, no tarda demasiado en volverse a lanzar a la mar, haciendo que sus idas y venidas sean tan repentinas que apenas da tiempo a asimilar lo que uno está leyendo.
Imagino que todo esto tendrá algo que ver con la edición y la traducción, que en el año '69 supongo que todavía debería mejorar algunos matices, y quiero pensar así porque ya me sucedió mientras leía Frankenstein, pensando que lo aborrecería y convirtiéndose para mí en la novela del romanticismo por excelencia. En parte estoy pensando en hacerme con alguna otra edición más actual, pero a día de hoy me ha dejado un curioso pero algo amargo sabor de boca.
2'5 de 5
1 comentario:
Buenas! entiendo perfectamente a que te refieres. La verdad es que has tenido mucha paciencia, yo no sé si hubiera aguantado. En cuanto a la obra de momento no me despierta el suficiente interés para adentrarme en ella. gracias por la reseña! besos
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